Cuando se dice “NO”
a un niño hay que estar seguro de que no hay otra alternativa. Se le deben o se
le pueden dar explicaciones de los motivos por los que no es posible otra
respuesta, pero se mantendrá la decisión.
Si, por llantos, amenazas, conductas inadecuadas o cualquier
otra estrategia, el niño consiguiera hacernos cambiar esa decisión, estaríamos
induciéndole a que lo intente en otras ocasiones. Sería un estímulo para
aprender conductas no deseadas.
Conviene saber que, al utilizar el “NO” hemos puesto en juego nuestro rol, nuestra responsabilidad,
nuestra seguridad, nuestra ascendencia. Arriesgamos mucho y hemos de mantenernos
firmes
Pero podríamos haber utilizado formas menos categóricas,
del tipo “Ya veremos...." "creo que no debes hacerlo” “a mi
no me gusta” , etc.. Con estas formas de persuasión tal
vez se consigan los mismos efectos, y, en cualquier caso, podríamos ser más
flexibles sin perder nuestra autoridad.
Sin embargo hay ocasiones en que debe prevalecer la
utilización del “NO” porque no es
negociable y tenemos la absoluta seguridad de que solo cabe el “NO” sin demasiadas explicaciones, por
su evidencia.
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