La “resaca” que deja un partido
de fútbol entre dos de los equipos más importantes de nuestra “Liga” es
alargada… como la sombra del ciprés… ya han pasado varios días y los medios de
comunicación deportiva siguen dándole vueltas “si fue o no fue penalti”, “si el
árbitro estuvo acertado…” En todos los informativos sale la imagen de un
jugador de un equipo pisándole la cara a un jugador del equipo contrario y
todos nos quedamos tranquilos, parece que hemos normalizado las agresiones en
el fútbol ¿Esto es lo que queremos que les llegue a nuestros hijos? Les
animamos a que practiquen deporte, que disfruten jugando con otros compañeros,
que vayan cogiendo hábitos de vida saludable… pero cuando nos sueltan en un
campo de fútbol sacamos lo “peor” de nosotros mismos…
Somos competitivos por
naturaleza, y no nos importa si para conseguir ganar tenemos que pisar caras,
romper piernas o mandar a un chaval de 16 años a un hospital porque no nos
gustan sus decisiones arbitrales. Y todo delante de nuestros hijos… porque
aunque nos parece deleznable, lo que sucedió hace unas semanas en un campo de
la provincia de León en un partido de “Alevines”, en el que un padre le pegó
una brutal paliza al “Colegiado”, todos en algún momento hemos insultado a los
árbitros, hemos gritado a nuestros hijos para que se esforzaran en marcar un
gol e incluso nos hemos enfadado con el entrenador porque lo han dejado en el
banquillo y han sacado a otro niño, que según nuestro criterio “no es tan
bueno” como nuestro pequeño vástago.
No podemos consentir que los
campos de fútbol base se conviertan en lugares donde si no eres el mejor no
tienes cabida y donde hay que ganar si o si…
¿Qué pensará el niño que ve como su padre le rompe la cara al árbitro,
la máxima autoridad en un partido? Tenemos que educarlos para cambiar, pero los
primeros que tenemos que rectificar nuestros comportamientos somos los padres,
ya que ellos serán un reflejo de lo que nosotros les enseñemos.
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